domingo, 10 de junio de 2012



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Aquel domingo, en principio, podría  parecer como otro cualquiera. A primeras horas de la mañana, todos los habitantes de la zona descansaban. El centro comercial, tan yermo por la falta de visitas, se quejaba interiormente, se lamentaba…

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Ana miraba indecisa al exterior de su inerte habitación a través de su gran ventana. Se sentía dubitativa, exhausta. Una pregunta sin resolver brotaba dentro de sí. Necesitaba hacer algo, ¿pero qué? Llevaba varios meses ajena a toda sensación, a todo deleite, a toda desdicha…
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Cada vez que se decidía a romper con su encierro voluntario, se sentía insatisfecha, ya que su pequeña fuga no surtía el efecto deseado. Le poseía una absurda abstracción. Hacía tan solo unos días, en aquella gris cafetería con su característico olor a jazmín en el Sur del pueblecito donde Ana residía, asía con dejadez una taza de café humeante, a la vez que rememoraba los momentos en que aquellas pequeñas salidas solitarias eran todo un placer, aquellos días en los que tanto la soledad, como la compañía sonaban como violines y olían como néctar de flores.
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Recordaba a su amiga Trenci. Junto a ella había vivido toda clase de experiencias. Cuantas largas horas habían conversado en la cafetería favorita para ambas, Uh… ¿cómo se llamaba esa cafetería? Sue…
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También su mente divagaba en como conoció a David, aquél chico solitario, siempre absorto en sus lecturas. Aconteció en sus vacaciones de verano. Compartía un día soleado con amigos y vecinos huéspedes de un hotel donde ella se alojaba. Aún encontrándose ambos en esquinas opuestas, ese ser captó su atención…
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Siempre recordaría aquella habitación con vistas al mar donde su sed de pasión fue tan íntimamente consolidada con ese huésped aún  tan desconocido para ella en aquel entonces…
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Se convirtieron en amantes furtivos. Compartieron a partir de entonces, tan placenteros momentos, que aún se ahogaba al pensarlo… Pero aquella noche, aquella última noche, cuando ambos se relajaban en el restaurante Phillies, justo en frente del centro comercial, alguien les acechaba… Ellos no eran conscientes, claro, pero ese hombre de gabardina y sombrero gris tenía un trato con su amiga del alma “Trenci. ¡Era el fin de la vida de David!

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Lo último que recordó fue el descubrimiento de la realidad, toda la verdad… Aquel libro que hacía tiempo que no hojeaba. Se lo había  prestado Trenci. En él apareció una endiablada carta. Una carta en la que su amiga le encargaba al Sicario el asesinato de David… Pero ¿por qué había aparecido allí? ¡Dios! ¿Qué extraña razón le había conducido a ello?




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