Una ciudad, una calle, una ventana como tantas otras; una historia se esconde tras ella, tiene nombre de mujer: Ana. Fue su luz, fue su alma; la dejó sola en este frío y áspero mundo. Una existencia dolorosa, una frágil alma, tiene nombre de mujer: Sara.
Hace tiempo que no siente nada. Esa luz que dulcemente la acaricia no llega a abrazarla, está fría, vacía... el amor la convirtió en nada. Ha olvidado cómo vivir porque vivir era ella y ya no está a su lado. No sabe perdonarla. No puede perdonarse. Mira con recelo su viejo escritorio, sus plumas, sus libros y su reflejo en la ventana. Reconoce su alma en una esquina de la sala, en una pequeña foto de gran importancia.
Se siente como una estancia vacía, perdida en el mar de la desesperanza.
Han pasado días, semanas, meses, años... y aún así es incapaz de olvidarla.
La descubrió entre la multitud, la reconoció, supo que era ella su media naranja.
Ha pasado tanto tiempo que sólo queda un lugar donde el tiempo no la alcanza. Aquella cafetería, anónima, sin importancia, pero donde consigue recordarla. La conocen, la saludan, ella no reconoce a nadie, ni siquiera a sí misma, sólo anhela ver su recuerdo de Ana.
Pide como de costumbre té. Tiene la mirada perdida, parece que espera que pase algo, cierra los ojos y la siente a su lado.
Ahí está, puede oler su perfume, de lavanda. Se siente viva, la siente
dentro de ella... con cada inspiración puede gozarla. Escucha su risa, le parece tan
real. Ve el brillo
de sus ojos, ojos que sólo brillaron para ella, hasta que se apagaron
en aquel accidente... Vuelve en sí, la realidad no espera, no puede ignorarla.
Ana se había marchado. Estaba enfadada con ella, le había hecho
tantas promesas... no se hacen si no se pueden cumplir- pensaba. ¿Quién
le habría dicho a Ana que por entretenerse unos minutos más en aquella
librería cruzaría la calle en el momento en el que una
furgoneta perdía el control? Lo que más daño le hizo a Sara fue
encontrar entre las pertenencias de su Ana un libro apenas ya envuelto...
se le había caído de las manos en el momento en el que la abandonaba.
Ese libro era lo único que le quedaba y el culpable de todo- pensaba. Su primera
novela... y su última, había perdido a su musa. La sostiene entre sus manos, pesa tanto... recuerda cuantos momentos
sacrificó por escribirla... y es que Ana siempre estaría a su lado, se lo había
prometido.
Y 7 años después no tiene a su amada, no escribe, respira
pero no vive, no ama... Pocos dirían al pasar bajo su ventana que tras esos cristales se esconde una calma rota, un dolor silencioso que quiebra el alma...
Sara... existencia silenciosa, dolorosa y apagada; que agoniza y no habla, no escribe, no llora, no hace nada. Vive en un espacio donde se paró el tiempo porque su corazón se fue así como lo hizo su Ana.