miércoles, 23 de mayo de 2012

Un insecto....¿monstruoso?

Un insecto…¿monstruoso?

Daniel A. Sánchez-Rodas Navarro

La cabeza me había dado vueltas toda la noche, llena de sueños bizarros. Habían sido horas sin fin, como en las noches de fiebre, donde se repetían una y otra vez imágenes terribles de insectos diseccionados, seres humanos en fundados en batas blancas con avisas intenciones, en salas que parecían sacadas de una novela de Frankenstein, llenas de aparatos siniestros.
            Sudando, por fin me desperté, con el pulso acelerado y la angustia metida en el cuerpo. Pero bueno, por fin había llegado un nuevo día, y pronto toda esa pesadilla sería un mal recuerdo, nada más.
            Me incorporé somnoliento de la cama, y al momento, sin poder coordinar mis miembros, me caí al suelo boca arriba, sorprendido. Abrí bien los ojos, y la sensación de incredulidad aumentó. Allí en el techo creía ver una lámpara. No distinguía una imagen clara. Cada uno de mis ojos me devolvía la misma  imagen  pero multiplicada por mil, como si en vez de dos ojos, fueran prismas de cristal con mil facetas. Aquellas mil lámparas me mareaban un poco. Quise parpadear….pero me di cuenta que no tenía párpados. El corazón se me aceleró más. Sí, todavía tenía que estar soñando.
            Mi mirada se dirigió hacia  mi cuerpo, y más confuso aún, allí donde debían estar mis brazos y manos, había dos palos articulados, largos y finos, cubiertos por un finísimo vello. ¿Qué serían aquellas cosas?  Instintivamente, me quise rascar la frente con una mano, y uno de esos palos se dirigió a mi cabeza. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, intuyendo algo desagradable. Hice el gesto de aplaudir con las dos manos, y aquellas dos patitas negras y peludas hicieron el más cómico y siniestro aplauso que había visto en mi vida.
            El pánico empezó a desbordarme. Quise ponerme de pie, pero aterrorizado, noté y luego ví, que no tenía dos piernas, sino cuatro palitos más que se agitaban en el aire…..No, no, no, ¿que era todo esto? El miedo  me dio bastantes fuerzas para darme la vuelta y me quedé apoyado sobre el suelo sobre mis seis patas. Bueno, al menos aquello era una posición cómoda y natural, y podía notar que también tenía algo en la espalda, como dos láminas largas y ligeras. Me mareé al notar que podía moverlas a voluntad. Sí, como me temía, eran dos alas. Me miré el cuerpo, dispuesto a aceptar lo inevitable; todo mi cuerpo estaba cubierto por bandas concéntricas amarillas y negras.
            La confusión era enorme, así que intenté tranquilizarme y mirar alrededor. Me costaba trabajo acostumbrarme a mirar con aquellos ojos, pero pude darme cuenta que estaba en una urna de cristal enorme,  del tamaño de un gran salón, y  de varios metros de altura.  Mi prisión de cristal estaba a su vez dentro de una gran nave metálica, llena de todo tipo de artilugios. Sí, aquello era un laboratorio. Una luz se hizo en mi mente….¡yo trabajaba allí!
Pude ver, por fín, que había una persona con su bata blanca y que se dirigía con prisa hacía la pared de mi prisión de cristal, ahora que me había despertado. Quise llorar de alivio y de pena, porque reconocí al Dr. Silton,  compañero y amigo, el jefe de mi Departamento de Biología Molecular. Pero no, me era físicamente llorar. Quise gritar, pero ví que tampoco era posible.
 El rostro de mi jefe era una mezcla de satisfacción y de horror.
- Daniel, tranquilízate, todo va bien, no te preocupes, todo va bien- su voz indicaba fascinación hacía mí, que no sabía como interpretar- Ya se que no puedes hablar, pero seguro que me puedes entender. Para comunicarnos, para decir sí, mueve la antena derecha de tu cabeza, y la antena izquierda para decir no. ¿De acuerdo?
Le miré confuso. ¿Antenas? Pues era verdad. Tenía dos y las podía mover libremente. Así que moví la antena derecha.
El Dr. Stilton aplaudió y casi dio un bote de alegría.
- Bien, bien….Veo que tu personalidad no se ha perdido; esas son buenas noticias. Pero como estás confuso, te lo recordaré todo. Te presentaste voluntario al experimento de mezcla genética. Todos los experimentos anteriores con mamíferos habían sido un éxito, pero nos faltaba probarlo con humanos, aquí en las instalaciones secretas del gobierno. Mezclamos tu ADN con el de un insecto, concretamente con una abeja...y el resultado eres tú- Su voz destilaba una profunda satisfacción, por que ya se veía recibiendo un premio Nobel, todavía no tenía claro si de Biología, o de Medicina…quizás los dos.- Sí, un éxito completo.
Yo escuchaba detenidamente sus palabras, y  lo recordé todo de golpe; todo lo que decía era verdad.  ¿Pero que iba a ser ahora de mí?
El Dr. Stilton me miró todavía sonriente, pero su cara se fue poniendo seria por momentos.
- Daniel, sabes que elegimos una abeja macho, un zángano, para hacer la mezcla de material genético contigo, con el fin de que al ser los dos del mismo sexo, el experimento saliese bien. Pero eso tiene un inconveniente….- se detuvo un momento, sopesando sus palabras-…y es que los zánganos solo viven unas cuantas semanas, realmente tienen una vida muy corta. Me temo que en tu condición actual, que es irreversible, no vivirás más de un mes.
Presa de la desesperación, agité mis alas al máximo, y me elevé como un cohete hacia arriba, sin ningún tipo de control. El porrazo que me dí contra el techo de cristal me  aturdió, y al momento caí como una piedra contra el suelo, rebotando suavemente.
El Dr. Stilton me miró preocupado- ¿Daniel, estás bien?
Yo me puse otra vez de pie sobre mis seis patas, y con trabajo moví mi antena derecha, despacio.
El Dr. Stilton suspiró aliviado, pero siguió hablando conmigo, sobre asuntos que no se podían posponer.
- Daniel, mañana empezaremos a hacer experimentos contigo, a estudiar tu anatomía, tu fisiología, tomaremos muestras de tejidos y de sangre…
 Me alejé de la pared hacia la cama, aterrado, mientras movía mi antena izquierda una  y otra vez de manera frenética; no, no, y no.
- Sí, Daniel, tienes que ser así, como científico, sabes que tenemos que hacerlo, pero procuraremos hacerte el menor daño posible y que tu vida sea lo mas agradable que podamos conseguir.
Solté algo parecido a un suspiro por la trompa por donde me tendría que alimentar de néctar. Sí, no me quedaba otra opción.
El Dr. Stilton me hizo señas con la mano, para que me acercara al cristal. Me sonrió de una manera muy especial que yo ya conocía. En mi anterior vida, los dos estábamos solteros, y éramos grandes amigos. Nos encantaba salir juntos los fines de semana de parranda, a beber cerveza  y, porque no decirlo, a ligar con cierto éxito en los bares de copas. Aquella sonrisa que yo veía ahora, era la misma que lucía cuando había visto a alguna mujer interesante.
- Verás Daniel- me dijo en un susurro sin dejar de sonreír.- He pensado que había que compensarte de alguna manera por todo este sacrificio que haces por la ciencia. Por supuesto que no estoy pensando en dinero, ni honores ni nada parecido. ¿Qué te parece que si en el néctar que te vamos a dar de beber, te pongo de vez en cuando una cerveza bien fría de tu marca favorita?
Era un pobre consuelo, pero dije que sí con mi antena derecha.
- Además, había pensado en otra cosa, como un regalo...- mi jefe se hizo el misterioso y dejó la frase incompleta. Aquello me interesó.
- Verás, Daniel, además de hacer el experimento con un hombre, también lo hemos hecho con una mujer.
Mis ojos de mil facetas se pusieron grandes como mil platos. La sonrisa cómplice de mi jefe se hizo más grande.
- Pensando en ti, Daniel, no he buscado a una mujer cualquiera. No, ni mucho menos. No me preguntes como, pero he conseguido el ADN de Angelina Jolie, tu actriz favorita. He hecho una réplica perfecta de ella, y luego, al igual que tú, he mezclado su ADN con el de una abeja…una abeja reina.
El extraño corazón que latía dentro de mí, lo hacía a todo ritmo.          
- Ya sabes lo que se dice de las abejas reinas, su principal función en la vida es aparearse- su sonrisa divertida y lujuriosa le llenaba toda la cara-, al igual que un zángano como tú.
Escuché un ruido a mi espalda y me di la vuelta. Por una trampilla que no había visto hasta ese momento entraba un insecto enorme.
La miré embelesado y mi deseo de abeja se inflamó al instante.  No pude dejar de respirar simplemente porque no tenía pulmones.
Su figura era alta y delgada, con un cuerpo desnudo decorado con las bandas  amarillas y negras más bellas que yo había visto en mi vida de abeja. Su patas largas, negras, brillantes y depiladas (a diferencia de las mías), la hacían caminar con un movimiento hipnotizante y sugerente. Sus ojos de mil caras prometían mundos de placer inagotables, y mi trompa se moría por tocar su trompa sensual y carnosa. Se acercó hasta mí, que estaba inmóvil como una estatua, extasiado con tanta perfección. Ella, satisfecha por el efecto que había provocado en mí, me tocó con una de sus antenas. Un escalofrío de placer me recorrió todo el cuerpo. Todo mi miedo y angustia desaparecieron como por arte de magia.
El Dr Silton se despidió mientras se alejaba de nosotros. - Espero que lo paséis bien. Nos vemos mañana por la mañana.
Nos quedamos solos. Mi reina Angelina y yo nos miramos sin necesidad de decirnos nada.
 ¿Sólo un mes de vida?- pensé sin poder apartar mi mirada de ella- ¡pero que mes, mejor que toda una vida humana!
En el fondo, que poco necesita un hombre para ser feliz, incluso con forma de insecto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario