lunes, 21 de mayo de 2012

Diálogo con mi maestro Eusebio

Diálogo con mi Maestro Eusebio

Daniel A. Sánchez-Rodas Navarro

Las visiones eran más frecuentes, casi diarias, y en medio de ellas, sentía una presencia familiar y poderosa, cada vez más cerca. Pero aún así, no estaba preparado para lo que ocurrió aquella tarde, cuando después de hacer las compras en mi supermercado de siempre, salí a la calle y se me acercó un hombre mayor, a todas luces un pobre mendigo.
- ¿Le llevo las bolsas?- me dijo con voz bondadosa.
Me quedé paralizado en medio de la calle, de sorpresa y alegría. Las dos bolsas que llevaba en las manos se me cayeron al suelo. Las ropas del vagabundo eran tan viejas y pobres como él mismo, pero su mirada y su sonrisa tenían una majestad que no eran de este mundo. Él era la presencia que sentía en mis visiones.
- Maestro…..-  balbucí extasiado.
Sí, no había duda. Era de nuevo el príncipe Sidarta, que un acto de suprema compasión, renunciado al Nirvana, se había vuelto a reencarnar, para librar a todos los seres del sufrimiento.
- ¿Todavía sigues por aquí, Daniel?- me preguntó despreocupadamente. Con su mano señaló a su alrededor, pero el gesto abarcaba  esta vida terrenal, este  mundo, el samsara.
Me sentí como un niño que se ha olvidado de hacer los deberes, y que incómodo, no sabía que decirle a su profe.
- Si, Maestro- confesé apesumbrado-, todavía sigo aquí.
- ¿Y eso?- en su voz no había reproche alguno- ¿Qué te pasó? Ya casi lo habías conseguido la última vez que nos vimos.
Pensé en mi afición por la buena comida, mi deseo indomable hacia las mujeres, mi curiosidad ilimitada hacia la ciencia, mi necesidad continua de viajar a sitios nuevos…Eran tantas las razones por las que todavía seguía aquí…
- Todavía sigo atado a la ilusión del mundo, Maestro- resumí avergonzado.
El Buda me sonrió y negó con la cabeza, casi divertido, mientras cogía mis bolsas del suelo y me acompañaba hasta mi coche.
- Persevera, Daniel, persevera- me dijo animadamente-, y nunca te rindas.
Una señora mayor salía en ese momento del supermercado, también con varias bolsas, y lo llamó en voz alta.
- Eusebio, ¿me ayuda con esto?  Pesa mucho.
- Ahora mismo la ayudo- le dijo mi Maestro, pero luego me miró a mí-, ¿si no, para que estamos en este mundo, sino para hacer más llevadera la carga de los demás?
Mi Maestro se despidió con una sonrisa.
- Pórtate bien, Daniel.
 - Si, Maestro - prometí-. ¿Le veré mañana?- le pregunté también esperanzado.
- No, ya no estaré aquí- en su humildad, me habló casi disculpándose.- Siempre hay muchas otras personas a las que ayudar.
Se dio la vuelta y se marchó.
Yo, al día siguiente, cogí el primer transbordador a Marte, dispuesto a dejar atrás mi vida anterior.
Nunca más lo volví a ver, al menos en esta existencia. Espero que la próxima vez que vea a mi Maestro, tenga ya hecho mis deberes.

1 comentario:

  1. Muy espiritual, me recordó a los cuentos de Bucay, creo que transmites bien el tono elevado de Eusebio haciendote más mundano todavia que en otros relatos. Muy equilibrado los personajes. Mola.

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