sábado, 26 de mayo de 2012

Triste domingo de verano. Inspirado en los cuadros de E. Hooper.


En un viejo hotel destartalado de paredes rojas y doradas al sol, una habitación, de apenas unas pocas monedas y algún billete pequeño, se destaca por tener subida la persiana.

  
En ella una mujer en camisón contempla el vacío de la ciudad en verano.

  Recordaba como eran los viejos tiempos, cuando se reunía con sus amigos. Los días calurosos cuando tomaban juntos el sol y Miguel leía su libro ajenos a todos mientras los demás y ella misma contemplaban mares de oro de cebada con un fondo de roca viva madre arrascando los cielos.


Ahora en la ciudad, sola, sentada en su cama, nada brillaba salvo sus recuerdos.

La barra de un bar, donde antes tomase sus copas nocturnas y calurosas junto a Miguel...


 ...(suspiro)

 ...eran ahora solitarias veladas de café mojado de recuerdos en una noche insomne.

Quedó con María, una de las últimas del grupo que se marchaba en pos de una vida en el nuevo mundo, donde quizás campos dorados y montañas de oro les esperasen si se atrevían a tomarlos entre sus manos.


María también se marcho a principios de otoño, estaba embarazada de Miguel. Eva se sentía dolida y traicionada, ellos se tenían el uno al otro, con un futuro y un bebé en camino, ella había rechazado a Miguel hacía ya unos meses y fue María de quien se enamoró y le consoló.


 
Qué tenía ella salvo sueños de juventud, sus álbumes y un trabajo de camarera en Phillies, el bar nocturno que tanto visitaron. Se sobrepuso como pudo disimuló una sonrisa y le deseo lo mejor, a su amiga y a Miguel, ambas se despidieron entre lágrimas en la puerta del bar.

Esa tarde un años después Eva miraba su álbum de fotos, todos eran jóvenes, los tenía en todos sus viajes, con sus bromas y caras locas. Habían sido sus mejores momentos, puso algo de música de Billie Holliday, su favorita, había comprado el disco para una ocasión así, abrió la ventana y el calor en la habitación disminuyó un poco, cogió el vodka y tomó unas cuantas copas más a salud de todos ellos y sus tiempos dorados.


 
De fondo sonaban los compases de Gloomy Sunday de la Holliday:

Lúgubre domingo,
horas de insonmio.
Mis queridísimas sombras,
Vivo con ellas, incontables,
Pequeñas flores blancas,
nunca te despertarán.
No donde los vagones negros y
la pena, te haya atrapado.
Los ángeles,
no pretenden salvarte.
No se enfadarían,
si pienso en unirme a ti.

Lúgubre domingo,
el domingo es lúgubre.
Con sombras es cómo paso el día,
Mi corazón y yo
hemos decidido acabar con todo esto.
Pronto habrá velas
y oraciones que sean recitadas, lo sé.
Pero déjales que no lloren.
Déjales saber que estoy orgullosa de irme
La muerte no es soñar.
En la muerte te estoy acariciando
con el último respiro de mi alma.
Estaré bendiciéndote
con el último respiro de mi corazón.
Lúgubre domingo.
Soñando, soñando, que sólo estaba soñando
Me desperté y estabas dormido.
En lo más profundo de mi corazón, aquí.
Querido, espero,
que mi sueño nunca te persiga.
Mi corazón te está diciendo
Cuanto te quiero
Lúgubre domingo.


El disco repetía una y otra vez la canción. El agente Marquez, levantó la pinza del disco y lo silenció.
Miró el escenario, agitó la cabeza y vio en el suelo un álbum abierto mostraba a un grupo de chicos tomando el sol en un campo de oro.



 
En el hospital, Eva toda escayolada iba recibiendo a las visitas, de su familia, compañeros de trabajo y algunos vecinos.

No puedo por mas que alegrarse de que llegasen todos, algunos con un niño en los brazos y sonrisas por ver a su amiga. 

-Era una suerte que el Phillies tuviese el toldo esa noche-dijo María-te presento a mi pequeña, se llama como tú, asique no vuelvas a hacer más la tonta y ven con nosotros.

 Juntamos esto para ti, nos sobra el espacio y alli todos tienen una oportunidad, Eva.

María sorprendida y con lagrimas en los ojos,  los veia algo mayores, con sus flamantes trajes y su mirada de preocupación por ella. Un  nudo en la garganta le callaba los labios.

Mientras Carlos el chistoso del grupo, quien siempre tenia una sonrisa para todos o una mueca, ahora era un señor banquero pelirojo con entradas, casado con la dulce Julia, la cantante del karaoke y fiestera rubia quien sacara a todos a bailar antes.

Eran ellos y ya no lo eran, tan serios y en su sitio pero en sus ojos, eran los mismos y ahora Julia y Carlos apretaban suavemente las manos de Maria como lo hicieran años atrás antes de saltar juntos del muelle al agua en verano.

Miguel algo nervioso pero feliz le dio un pasaje de barco a Eva, era de primera clase, para California. Su suerte había cambiado, por fin volverían a estar todos juntos de nuevo como en sus álbumes repletos de recuerdos.


 Fin.


Por Juan J. Ortega Fernández

2 comentarios:

  1. Excelente forma de pasearnos por unas imágenes evocadoramente cinematográficas y con la sugerente guinda musical.
    Sólo comentarte que me queda descolgada la aparición de Carlos y Julia, una simple pincelada dibujaría su presencia en escena.

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  2. ¡Ay los chicos de la foto, jajaja he pecado de sobriedad para no eternizar el relato y me quedó cojo!.

    Puse un par de pinceladas condensadas, quizas ahora más humanos pero ya sin el misterio que les daba el anonimato de la foto y sus nombres.

    Gracias por la sugerencia, Pilar. Pero leyendo los de Daniel y Narciso, creo que aún me queda mucho por pulir.

    Un saludo.

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