jueves, 7 de junio de 2012

EL VIENTO

En la soledad del aula escribía sobre la pizarra, preparando el comienzo de la clase. Los niños entrarían de un momento a otro y quería tenerlo todo listo para entonces.

En uno de los trazos vi caer el yeso de la tiza al suelo, llevándome al recuerdo de aquella tarde en la que preparaba la tarta de queso que me servía de evasión ante el recuerdo de haber visto a Ernesto con otra.

Mis lágrimas caían sobre la harina sin poder apartar la imagen de mi mente, cuando el teléfono sonó. No atinaba a enjuagarme las manos, secarlas. La llamada se me hacía insistente. Corrí molesta a cogerlo aún con el trapo entre mis manos. Lo tiré a un lado y descolgué.

- ¡Dígame! -casi grité.

- Soy Ernesto. Perdóname, no fue nada. Sólo te quiero a ti.

Me quedé paralizada al escuchar su voz. ¿Es que no sabía que no había vuelta atrás?

De pronto, la puerta del aula se abrió de un portazo, los niños entraron gritando y, con ellos, el viento que apartó de mi mente aquellos malos recuerdos de igual manera que arrastró el polvo de tiza hacia algún lugar.

                                                                                                                                                   9/4/2012

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