Mi aburrida y aletargada mirada se percató de aquel trozo de papel que asomaba por debajo de la destartalada puerta del establo. De un color lila intenso una imagen llamó mi atención. Ahí estaba ella, esbelta, insinuante, con su dorada campanilla colgada de una elegante correa color rojo al cuello. Unos ojillos traviesos incitaban al desatino en un paisaje idílico que imaginé como verdes prados y unas suntuosas montañas nevadas a lo lejos.
Había oído hablar de los encantos de las suecas, pero ésta se llevaba la palma. Olisquee el papel y pude comprobar, por su insinuante aroma, que se trataba de un envoltorio de chocolate, casi pude saborearlo.
Reconozco que ella me enamoró a primera vista. Mi corazón a partir de entonces latía al ritmo de las melodías de ABBA. Recorte la estampa y la coloqué donde pudiera contemplar, en todo instante, la belleza de sus encantos. La idolatré y mis sueños se tiñeron de color violáceo.
Cuando mi economía me lo permitió contrate un vuelo low cost hacía el bucólico paisaje en busca de mi amada. Por mi corpulencia y ante la incredulidad y espanto de los pasajeros, tuve que reservar cuatro asientos centrales del avión.
-¿Viaje de placer? -me comentó mi compañero de delante.
-Eso espero -divagué con una expresión lánguida en mi mirada.
-Yo viajo por negocios. Trabajo para una empresa de chocolates.
-Muuuuuy interesante -articulé impresionado por las casualidades de la vida y sin dejar de pensar en mi vaca modelo.
Una vez en el lugar, alquilé un todo terreno con remolque que me condujo a los verdes prados de mis sueños.
Para mi desencanto todas las colinas y valles que se divisaban en trescientos sesenta grados a la redonda se encontraban cubiertos de nieve. Ni una sola mota de fresca hierba. En su lugar, largas y empinadas pistas de esquí se extendían por todos lados.
Pregunté al conductor:
-¿Y las vacas?, ¿dónde demonios están?
-¿Vacas?, ¿a qué vacas se refiere usted?
-A las de los pastos, a mi vaca, quiero decir a la vaca que anuncia los chocolates.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en su cara.
-Las vacas en esta época del año se encuentran en los establos.
-¿Me puede indicar el camino? -pregunté escéptico.
-A las afueras de la ciudad.
Me dirigí hacia allí, con la sensación de que el encuentro que había imaginado se desvanecía como humo en las manos.
¡Horror! Lo que me esperaba era peor que una terrorífica pesadilla.
Una empresa lechera manipulaba mecánicamente a cientos y cientos de vacas. Ninguna de color lila, ninguna con esas tiernas tetillas soñadas, ninguna como mi amada.
Ante mi estupor y mi decepción, tuve que admitir, que como tantos otros, me había dejado embaucar por el papel couché y por la obra y milagros del fhotoshop.
Había oído hablar de los encantos de las suecas, pero ésta se llevaba la palma. Olisquee el papel y pude comprobar, por su insinuante aroma, que se trataba de un envoltorio de chocolate, casi pude saborearlo.
Reconozco que ella me enamoró a primera vista. Mi corazón a partir de entonces latía al ritmo de las melodías de ABBA. Recorte la estampa y la coloqué donde pudiera contemplar, en todo instante, la belleza de sus encantos. La idolatré y mis sueños se tiñeron de color violáceo.
Cuando mi economía me lo permitió contrate un vuelo low cost hacía el bucólico paisaje en busca de mi amada. Por mi corpulencia y ante la incredulidad y espanto de los pasajeros, tuve que reservar cuatro asientos centrales del avión.
-¿Viaje de placer? -me comentó mi compañero de delante.
-Eso espero -divagué con una expresión lánguida en mi mirada.
-Yo viajo por negocios. Trabajo para una empresa de chocolates.
-Muuuuuy interesante -articulé impresionado por las casualidades de la vida y sin dejar de pensar en mi vaca modelo.
Una vez en el lugar, alquilé un todo terreno con remolque que me condujo a los verdes prados de mis sueños.
Para mi desencanto todas las colinas y valles que se divisaban en trescientos sesenta grados a la redonda se encontraban cubiertos de nieve. Ni una sola mota de fresca hierba. En su lugar, largas y empinadas pistas de esquí se extendían por todos lados.
Pregunté al conductor:
-¿Y las vacas?, ¿dónde demonios están?
-¿Vacas?, ¿a qué vacas se refiere usted?
-A las de los pastos, a mi vaca, quiero decir a la vaca que anuncia los chocolates.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en su cara.
-Las vacas en esta época del año se encuentran en los establos.
-¿Me puede indicar el camino? -pregunté escéptico.
-A las afueras de la ciudad.
Me dirigí hacia allí, con la sensación de que el encuentro que había imaginado se desvanecía como humo en las manos.
¡Horror! Lo que me esperaba era peor que una terrorífica pesadilla.
Una empresa lechera manipulaba mecánicamente a cientos y cientos de vacas. Ninguna de color lila, ninguna con esas tiernas tetillas soñadas, ninguna como mi amada.
Ante mi estupor y mi decepción, tuve que admitir, que como tantos otros, me había dejado embaucar por el papel couché y por la obra y milagros del fhotoshop.
Pilar Arenas Nieto
Jajaja...que bueno, me ha gustado mucho. Que divertido, me he reido mucho leyéndolo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias Daniel. Traté de dar unas notas de humor al relato para hacerlo más llevadero. Yo también me divertí escribiendo y pienso que eso de alguna manera se transmite.
EliminarUn saludo Daniel!
(He tenido que suprimir la respuesta anterior por error)