martes, 22 de mayo de 2012


En un pico perdido del norte de Italia, un viejo monje se había retirado a cumplir los días de su existencia. Curtido en todas las batallas que su vida le había dado, necesitaba la paz, el tiempo y la soledad necesaria para culminar su obra. Un tarde cualquiera de invierno la nieve empezó a caer con saña, como si necesitase ajustar cuentas con el. Así pues el viejo monje no se movió de su silla, no tenía obligación de nonas, ni de vigilias, no tenía ninguna obligación a su edad. Quién le podría decir y reprochar nada. 

Allí rodeado de sus antiguos códices, miraba un manuscrito al parecer procedente de Atenas. Las velas de su scriptorium, empezaban a apagarse. Su vida parecía iba tocando su fin, la nieve asediaba su alma. El tiempo asediaba su vida, las letras de aquel manuscrito quedarían mudas a no ser que el lo leyera. La nieve caía y caía, las maderas crujían advirtiendo poco a poco de lo que iba a pasar. La niña del rostro blanco, no le perdonaría muchas mas veces la vida. Un copo, otro y otros miles, habían sentenciado su lectura. La paz eterna dura un minuto y mil años. Fra Tomasso di Bolzano había sido capaz de descifrar el título de aquel manuscrito. Sin embargo, las maderas cedieron, las velas se apagaron de pronto, la paz que buscaba tras miles de guerras humanísticas había llegado a su fin. La naturaleza de aquella cruel tierra había engullido su existencia. Siglos mas tarde, aun nos preguntamos que decía aquel manuscrito...

1 comentario:

  1. Muy bien, Rafa!!El modo de narrar con frases cortas y contenido que avanza a través de las descripciones, estupendo!!

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