jueves, 24 de mayo de 2012

González Fournier, Ana. (Tetuán 1976, Barcelona 2012)

Ana nació en el seno de una familia acomodada de la ciudad de Tetuán. De su madre, una ama de casa francesa, heredó los ojos, grandes y castaños, y un leve bizqueo que se acentuaba cuando bebía demasiado. De su padre, arquitecto, la piel blanca y las ganas de conocer el mundo.
Con dieciocho años dejó atrás su ciudad natal, las mañanas en el Colegio Español y los juegos en la Sociedad nacional, para trasladarse a Madrid para estudiar derecho. La ciudad se le hizo enorme y agresiva los primeros meses. Echaba de menos incluso las cosas que no le gustaban de áfrica. Su primer invierno lo pasó recordando el calor sofocante que antes tanto odiaba. Las voces de los Muadhdhin en la noche eran nanas de su madre comparadas con el sonido de sirenas y motores de Madrid. Poco a poco se fue haciendo con la ciudad, y se puede decir que acabó conquistándola.
En Madrid supo lo que era gustar a otra persona cuando uno de los numerosos hombres que pasaron por su vida le acarició su cicatriz. La que llevaba en la mejilla y le escondía el hoyuelo alargado, simétrico al que aún perduraba al otro lado, y que aparecía con cualquier leve sonrisa. Y en Madrid supo lo que es perder el miedo. Lo fácil que es atravesar fronteras. Se dio cuenta que solo ella misma se las ponía, y que ella podía volver a retirarlas.
"¡Dispárale!" Oyó a menudo en su interior aquella voz que le hablaba con firmeza. Su mano enfundada en un guante de cuero negro sujetaba una pistola que le resultaba pesadísima. Nunca habría imaginado que ese tipo de armas pesase tanto. "¡Dispárale!". Fueron dos tiros. Así acabó con la vida de aquél hombre, y comenzó la suya nueva. Paseaba por la calle Huertas cuando un brazo salió de un portal y la introdujo con violencia en su interior. No sabía lo que le ocurría. Arrancaron con violencia la ropa que llevaba. Trató de incorporarse asiéndose a la barandilla metálica y oxidada de la escalera que subía a los estrechos pisos de arriba. No pudo evitarlo. Aquél desconocido la estaba humillando, violándola. Justo entonces, cuando ya era tarde para evitarlo, entró en el portal Venancio. Con frialdad inmovilizó al agresor y se preocupó por Ana. Ella vio que había sacado un arma del interior de su chaqueta. Se la estaba ofreciendo. La cogió, escuchó, "¡Dispárale!" y disparó. Dos veces. Y huyó con él.
No era difícil matar a un hombre. Después vino una mujer, por dinero. Después jóvenes, secuestros, trabajos para terroristas, incluso alguno que otro para gobiernos democráticos, a través de terceros. Era extremadamente violenta, muy profesional. Así la vendía Venancio a sus clientes. Conoció mundo, y lo destrozó.
Con treinta y seis años recibió un encargo por la vía habitual. "María Nuix, Avenida Meridiana 23, Barcelona. Escarmiento. Que siga viva. No dañar mano derecha." Acababa de cumplir con su trabajo; ella sola, en aquel piso y con aquella chica totalmente destrozada, cuando de repente apareció Venancio. Se abalanzó sobre Ana, que desconcertada no trató de defenderse. Su compañero puso un arma en las manos de María. Y entonces ella le preguntó. "No entraste por casualidad en aquel portal, ¿verdad Venancio?" Él no respondió, solo miró a María y le gritó "¡dispárale!". Ana, de rodillas, recordó Tetuán, y sonrió. Se había hecho mayor para esto, había llegado la hora de su jubilación.

1 comentario:

  1. Es muy bueno, has completado un círculo perfecto. Me ha gustado la inclusión del género negro y como lo cuentas, la pérdida de la inocencia y el valor humano, me ha molado.

    ResponderEliminar