miércoles, 23 de mayo de 2012

La conversación (Relato basado en tres de los cuadros de Hopper)

-Me da una envidia verlos tan felices. Eso es felicidad.
Un grupo de niños pasaba ante ellos dirección al barrio. Llevaban allí sentados cerca de una hora esperando a sus esposas, tomando el sol antes de ir al teatro y no habían hecho otra cosa que hablar de lo mismo. Al decir aquello se le dibujó una mueca parecida a una sonrisa en la cara.
-No te equivoques, Fernando. No son felices en absoluto. Vienen sucios y sudados. Cansados. No están tristes, pero tampoco son felices. Fíjate en sus caras. ¿De verdad crees que expresan felicidad? Sí, es cierto. Ríen, sonríen, saltan, se mueven de un lado para otro. Son como un pequeño remolino. Pero la verdadera felicidad no se expresa con risas. ¿Ves ese balón de fútbol que llevan pateándose de uno a otro? Intuyo que hace una hora u hora y media estaban inquietos, nerviosos. Las pupilas dilatadas, un enemigo a batir, la respiración acelerada. Ni una sola muestra exterior de felicidad. O de lo que nos han vendido que es la felicidad, pero felices de verdad. ¿Entiendes? Ahora se les ha acabado el juego. Ahora  se marchan a sus casas. Casi ha caído la noche y su tiempo ha pasado. ¿De veras crees que son felices? Ya no les queda nada de aquello. Ni siquiera pueden recordarlo tal y como fue. Incluso antes de comenzar el juego, realizando el camino a la inversa eran felices. Cuando la inmediatez del enfrentamiento los agitaba. Cuando hablaban apresuradamente, unos sobre otros, planteando una estrategia, urdiendo un plan, imaginando la victoria y con el firme objetivo de no salir derrotados. Con miedo a la derrota. El miedo también puede ser felicidad. Ahora no tienen nada de eso, solo una sonrisa. Van bajando por la ladera de la colina, como Sísifo, para volver a empezar. Y así será siempre para ellos, y para ti.
Fernando se había quedado absorto, mirando aún el papel con el programa de la obra que iban a ver, con sus codos apoyados en los reposabrazos y las rodillas separadas. Antonio, sentado en la hamaca de delante, estaba echado y miraba de reojo cómo se alejaban los chicos hacia el pueblo.

-Y para ti también, ¿no?
-Sí, pero a mí me da igual. Sé que es así. O al menos estoy convencido de lo que te estoy diciendo. Es como lo que vi anoche en esa cafetería, Phillies creo que se llama. Su dueño, cuando abre después del almuerzo, sabe exactamente qué clientes serán los que aparezcan por allí: El joven que sale de su oficina y quiere tomar una cerveza antes de volver a casa, el repartidor que viene puntual cada jueves a dejarle la leche en polvo y el café, el hombre circunspecto de traje oscuro, un expreso. El dueño de la barbería de enfrente, uno largo acompañado de tabaco de liar. O yo mismo, el último en llegar desde que estamos por aquí. Sin embargo anoche, entre otros no habituales, tuvo dos clientes que se salían de lo común, que llamaron mi atención. Iba a largarme ya, pero me quedé por ver a la extraña pareja. Oímos el tintineo de la puerta y aparecieron ellos. En realidad sólo me fijé en ella. Era una de esas mujeres que no llamarían la atención del gran público si entran en un lugar repleto de gente. De las que uno contempla y se pregunta por qué no todo el mundo está tan absorto como él en ella, y de repente te hace sentir como el único espectador de un milagro del que nadie es consciente que está ocurriendo.
-Al grano- Fernando se impacientó.
-Pues bien. Como te decía, no iba sola. La acompañaba un tipo normal, de mi estatura, con la cara angulosa y con una delgadez sana. No hablaron, pero no era una pose, era natural. Él pidió para los dos en voz tan baja que no alcancé a oírlo. Sacó un paquete de cigarrillos Black Fat del interior de su chaqueta, cogió dos, los encendió a la vez y le entregó uno a la chica que se lo llevó a los labios mirándole a los ojos. Pues aunque no lo creas, se acababan de conocer, en alguna fiesta, hace un par de horas seguramente. Estaban tensos, habían llegado a aquella situación en la que ambos sabían que acabarían juntos, desnudos, desconocidos, haciéndose el amor lentamente primero y con brutalidad después. ¡Y sin embargo se demoraban antes de lo que cualquiera de nosotros pensaría que deberían hacer sin dilación! ¿Verdad?
-¿Cómo sabes que se acababan de conocer? Ese no es el modo en que un hombre le da un cigarrillo a una mujer a la que acaba de conocer.
-Si lo es. Forma parte de ese instante de felicidad. Una felicidad tan enorme que ambos la dilataban a sabiendas. Podrían haber comenzado a besarse hace tiempo en el portal del hotel donde ella se hospedaba, correr hacia la habitación. Imagino. Pero prefirieron parar a tomar un café en aquella tranquila cafetería para disfrutar de ese momento. Él sabía que no se le iba a escapar, fuese como fuese de rápido, o de lento. Y ella sabía que él pensaba así. Se tocaban las manos furtivamente, cuando ni a mí ni al dueño tenían que dar explicaciones de nada. Se rozaban los dedos como si no hubiese sido su intención. Pero mantenían ese levísimo roce, a sabiendas de que el otro también lo notaba y no se retiraba. ¿Crees que el sexo, hacer el amor, follar, tocar el cuerpo desnudo entregado de una mujer como aquella es felicidad? No, la felicidad es el camino que te lleva a ese momento. Es el momento en el que la frontera entre ella misma y el placer corporal se difumina entre los dos cuerpos desnudos, confundiéndose y formando una mezcla deliciosa. Mientras no seas consciente de esto lo único que haces es viajar en el tiempo hacia la muerte, como el que va en un coche sin cristales, sin ver el paisaje. Sin rozar las manos, sin encender dos cigarrillos, sin jugar al fútbol, sin esperar.
-Y ¿Dónde está mi chica desconocida de la cafetería, o mi partido de fútbol de los muchachos?- Fernando se echó hacia delante. Ahora hablaba al oído de Antonio, que se sonrió, se encogió de hombros y torció la boca haciendo una u invertida.
-Para ti no lo sé, amigo. Para mi está aquí. Ahora. Contigo.

7 comentarios:

  1. Genial Narciso! Muy bien hilado el argumento inspirado en tres de los cuadros y la teoría sobre la felicidad muy bien llevada a cabo para luego rematar el final con un concepto simple y que deja abierta la puerta a la imaginación.
    Un saludo!

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  2. Gracias Pilar. Aún le voy dando retoques después de ponerlo aquí. Hay algunas puntuaciones que no me gusta como han quedado. El final es de esos en los que cada lector puede darle su propio sentido, de eso trata el relato y por eso termina así. Espero el tuyo. Un saludo.

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  3. Puesto a enfriar, ahora cambiaría más cosas... Nota: Poner a enfriar almenos dos días lo escrito y después volver a leer y corregir.

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  4. Narciso

    que sutil, que profundo. Me encanta esa excusa de los cuadros para descrbir la idea de la felicidad. Creo que te pasa como a mí, que no puedo escribir por escribir, sino que hay que contar siempre algo íntimo y profundo.
    Esa idea del camino a la felicidad está muy bien expresada. Me recuerda a la idea del "refrenamiento" de los libros de Carlos Castaneda, cuando hablaba de la espera gozosa del premio que forzosamente ha de llegar. Esa espera de pequeños momentos gloriosos que en si mismos son la propia felicidad.
    Felicidades. De lo que llevas escrito, es lo que más me gusta...de momento...jajaja.

    saludos

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  5. Sigue ganando la esperanza en estos relatos, pese a todos los personajes al final no estan tan solos. Buen relato, ojala que salgan más alegres que el señor Hooper nos a tocado a todos jeje

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  6. Hola, esta semana voy muy atrasada, todavia no he podido publicar nada, lo siento, hasta mañana, un saludo.

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  7. Cada vez que lo releo le cambiaría más cosas... Sobre todo en la primera mitad

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