lunes, 21 de mayo de 2012

LAS CINCO ORUGAS DEL REY

El mensajero apareció en la posada en el día señalado del mes de junio. Mientras se abrían las grandes puertas del patio que daba a las caballerizas, la muchacha que se sentaba al otro extremo frente a la entrada miraba algo que tenía en el hueco de sus manos entrelazadas. Aquel hombre corpulento y sucio saltó con agilidad del caballo, lo entregó al mozo y pasó junto a ella sin percatarse de que estaba allí. Desprendía un olor ácido, a orín, que reconocía de otros viajeros. Lo siguió con la mirada y vio como se iba despojando de sus ropas, dejándolas por el suelo. Justo terminó de desnudarse por completo al tiempo que se zambullía en el aljibe desde el que se abastecía a toda la posada.
-¡Señor, por favor! ¡Ese agua no es para el baño!
El posadero gritaba en vano al tiempo que agitaba las manos. El viajero estaba bajo el agua, con lo ojos cerrados y la boca llena de aire, lejos de los ruidos de la posada. Un instante después asomó la cabeza y gritó al mozo para que le acercase las alforjas. Su acento era extranjero. Salió y se vistió con nuevas ropas. La muchacha no apartaba los ojos de lo que tenía en sus manos.
-¿Qué tienes ahí?-
El viajero ya se había vestido pero aún chorreaba agua, no se había preocupado de secarse. La niña levantó la vista al tiempo que las manos, dejándole ver una oruga negra con líneas blancas. El mensajero se sorprendió.
-Sabes que me la he de llevar, ¿verdad?
La niña asintió con la cabeza.
-Bien, bien…. Esto… Guárdamela hasta que termine de comer. No me quedaré esta noche. ¿No habrás hablado con nadie de esto? Las paredes oyen. Podrían hacerte daño- se rascó la cabeza, dubitativo- Esperaba a un soldado. Eres la única que la has mantenido viva, las otras me las dieron muertas. Estás segura de que es esta ¿no?
-Segurísima. Apareció entre mis cosas justo cuando oí los llantos de mi madre. Entendí que el abuelo había muerto y que ahora la tendría que guardar yo. Sólo me dijo que usted vendría y que se la llevaría. ¿Es amigo suyo?
El viajero negó con la cabeza y se encogió de hombros. El sol picaba pero no le secaba las ropas. Chorreando agua se alejó hacia el posadero que farfullaba algo entre dientes.
-Solo comida- le dijo sin escucharlo- Tengo prisa.
La oruga se retorcía en las manos de la niña, que notaba el roce de todas sus patas. Le daba algún que otro mordisco, pero era capaz de aguantarlo. Si acercaba la vista podía distinguir los anillos blancos, sus patas naranja y su cabeza roja. Hacía menos de dos días que su abuelo llegó a casa malherido. En el lecho de muerte le encomendó el cuidado de aquel regalo para su amigo extranjero. Este era su último trabajo como soldado. Vivir en la frontera no había sido fácil. Había peleado junto a los musulmanes y junto a los cristianos, según tocase. Ahora, aunque temiese por su familia por los pillajes de los ejércitos del norte, sabía que nunca se había visto uno de igual tamaño. Empujaría la frontera hacia el sur y ya no tendrían que preocuparse más de los problemas que les acarreaba vivir en tierra de nadie.
Esta oruga era la última, y junto con otras cuatro tenían que llegar a Calatrava la Vieja antes de que los ejércitos del Rey Alfonso se impacientasen. Todas iguales. Negras anilladas en blanco, y el Rey sabría que existía un modo de cruzar Sierra Morena y poder enfrentarse a las tropas del Sultán en los llanos de Santa Elena.
Las orugas formaban un mensaje. Los cristianos fronterizos habían tardado meses en dar con lo que después sería conocido como el Paso del Rey. Ahora el guía esperaba al ejército cristiano al oeste. Las cinco posadas que llevaban desde Calatrava la Vieja hasta el paso libre de las montañas debían entregar una oruga negra anillada si formaban parte del camino o completamente blanca si no era así. El mensajero francés llegó con cuatro de las cinco, esta era igual. No sabía qué significaba, sólo que debía partir en seguida. A doscientas millas esperaban setenta mil hombres a las órdenes del Rey Alfonso, entre ellos sus compañeros ultramontanos de Languedoc. Después de meses, por fin, aunque fuese con aquel calor, el desenlace estaba cerca. Comió, recogió la oruga de manos de la niña y la introdujo en la bolsa donde llevaba las otras cuatro, ya muertas. Montó en un nuevo caballo y sin mirar atrás salió a toda prisa, resonando los cascos en las piedras del patio.
N. Rojas

5 comentarios:

  1. Tremendamente ocurrente tu relato Narciso. Trasladas al lector al ambiente que describes y el desenlace me resulta muy ingenioso, lo único que no me ha gustado es que las orugas estuvieran muertas, creo que no era necesario, además nos das toda una lección de Historia.
    Genial Narciso!

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  2. Muy chulo. Ya me gustó mucho el de la muerte de Ana Furnier, por el tono negro y cruel de la historia, que estaba tan bien resuelta.

    Me ha gustado que hallas tirado por la novela histórica,que la situación parezca tan real y plausible con descripciones y diálogos. Muy bueno, parecia una peli.

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  3. Hay una novela: El Cruzado - Stephen J. Rivelle, que te vendría genial para continuar la historia. Por otra parte, es un relato ameno de leer! Bien Narciso! Un abrazo, Rafa.

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  4. Muy entretenido y completo, Narciso, con el toque histórico en su justa medida. Seguro que con tiempo, se podría incluso escribir una relato más largo, con las historias de las otras orugas.


    saludos,
    Daniel

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